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Convocatoria Ministerial - 23 de junio de 2001

No Más Silencio 

       El 9 de noviembre de 1938 las fuerzas nazistas se movieron a través de toda Alemania en una infame noche que se conoció como “La Noche de los Cristales Rotos” (“Kristallnacht ”). Esa noche 101 sinagogas fueron atacadas, 171 domicilios, 29 negocios fueron reducidos a cenizas, 7,500 tiendas saqueadas, cerca de un centenar de personas fueron asesinadas y entre 30-35,000 judíos fueron arrestados y enviados a campos de concentración.  Estos hombres, mujeres y niños y sus hogares y negocios fueron objeto de esta barbarie simplemente por ser judíos. Eso ocurrió como resultado del odio del régimen nazi hacia los judíos y del silencio de los cristianos y sus líderes. Ahí se inició el Holocausto que le costó la vida a millones de seres humanos. En Polonia, en el monumento de Auschwitz, hay unas palabras importantísimas inscritas que dicen:
“Nunca jamás”  (NeverAgain). 

Hoy comenzamos a ver algo similar en el Puerto Rico que todos queremos.
 


Y mientras todo esto ocurre, la Iglesia y su liderato observan en silencio y atemorizados. Nuestro país se encuentra luchando por su vida contra las potestades y principados de las tinieblas. Comparar lo que está ocurriendo aquí con lo que ocurrió en Alemania no es exagerar. Hermanos en nuestra sociedad a la bueno se le llama malo y viceversa. 

El liderato de nuestro país se ha olvidado de que Dios no nos llamó a ser populares y exitosos, nos llamó a ser fieles. Nos llamó a denunciar las obras infructuosas de las tinieblas.

Martin Lutero dijo una vez: “El predicador que no reprende los pecados de los gobernantes, a través de la Palabra, en una forma poderosa y honesta, lo que hace es fortalecer los pecados de los tiranos, y ... llevará responsabilidad por estos”. Esas palabras de Lutero deberían de penetrar en lo mas profundo de las conciencias de los líderes religiosos de hoy en día. Nosotros no podemos echarle la culpa a los medios de comunicación, ni a los humanistas seculares, ni al Tribunal Supremo, ni a los homosexuales o a la apatía del pueblo. Es nuestra falta. Dios nos colocó en este tiempo con el propósito de que seamos sal y luz de este mundo.

Cuando Adolfo Hitler llegó al poder en Alemania en 1933, echó hacia un lado la iglesia y consideró a los pastores irrelevantes, como gente que no representaba ninguna amenaza para él. La gran mayoría de los alemanes, al igual que muchos de nosotros mantenían la política y la religión totalmente separadas. Hacían lo que era práctico, lo que no le causaba problemas y muy pocos levantaron sus voces de protesta. Los pocos que lo hicieron se quedaron solos.

En 1940, un valeroso jóven, pastor y teólogo, llamado Dietrich Bonhoeffer denunció el silencio de la iglesia. La iglesia ignoró la advertencia de Bonhoeffer. La mayoría de sus colegas lo catalogaron de fanático. En menos de 6 años, Bonhoeffer estaba muerto, lo ahorcaron desnudo en un campo de concentración. Mientras moría, Alemania yacía en ruinas, con sus grandes y hermosas ciudades bombardeadas.

Ante la maldad, aquel que mantiene silencio le falla a Dios y comparte la culpa de lo que suceda. El descalabro moral de nuestra sociedad ha encontrado miles de púlpitos silenciosos. Mucha de esta desolación que vemos hoy en día nunca hubiera ocurrido si los púlpitos de esta tierra hubieran estados inflamados con justicia y con  poder de la Palabra. Hablarle a este país de los grandes “issues” morales es esencial. Fallar en hablar es negar el señorío de Cristo sobre nuestras vidas. 

Otro ejemplo en la crisis que tuvo Alemania fue el pastor Martin Niemoller. Este hombre había sido un oficial altamente condecorado en la I Guerra Mundial. Su iglesia, en uno de los suburbios de Alemania era una próspera y de mucha influencia. La Gestapo lo arrestó por predicar fielmente la Palabra de Dios, y fue acusado de sedición. Cuando lo llevaron a juicio, el juez no podía entender como un patriota como Martin Niemuller podía criticar a Hitler, el hombre que toda Alemania lo reconocía como su Fuhrer ( o sea, su líder absoluto a quién se le debía una obediencia incuestionable ). Le prometió al pastor Niemuller, que si cesaba sus ataques y denuncias a Hitler, le pondría en libertad inmediatamente.

Niemoller le respondió: “No puedo, no mantendré silencio, porque mi Fuhrer es mi Dios”.

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